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The Ruin of Memory

The Ruin of Memory

I remember the light at noon; it crept in from the right side of the room. The afternoons were long with warm shade, mainly because the room faced west. Perhaps that’s the reason that my spatial awareness is so sharp. Memories of my childhood are projected in an uninhabited space where years of dust accumulated. 

 

The sun heated the large living room like a greenhouse, so Sundays felt like summer, even in winter. Now it seems cold, only dimly lit by the sunlight filtering through tired closed blinds, dilated by the passage of time, that great master who is nothing but the space between our memories. Returning to them is the only way to stop it.

 

Sounds of jazz and bossa nova, rhythms from the 50s and 60s, still reverberate in the fuzzy atmosphere, especially those by Stan Getz and Astrud Gilberto. I feel a faded nostalgia, because this place was my home only at times. An interrupted home when my parents traveled, and caused continuous temporary moves to my grandparents' house. However, the return was always welcome. 

 

For many years, seasons moved back and forth, and afternoons after school were dreamy moments of childhood and adolescence. A period affected by historical changes during the progress of a country that was forging a young democracy. Rooms and hallways, witnesses of a time passed. Longings frozen in mental images, portrayed by the beauty of its vague memories, like the shadow of a smile. 

 

Going back to my roots, these remote feelings briefly surface. I am lucky to recharge my soul, but also suffer the sad discouragement of confronting something already lost, abandoned, forgotten. Facing with the continuity of life and the pressing passage of time, I also perceive that we are masters of oblivion.

Miguel Soler-Roig

La ruina del recuerdo

Recuerdo la luz del mediodía. Siempre llegaba por el lado derecho del salón. Las tardes tenían un tono cálido y eran largas, debido a que la estancia estaba orientada hacia poniente. Quizá por ese motivo mi sentido espacial es tan agudo. Memorias de infancia que se proyectan en un espacio deshabitado con polvo acumulado durante años. 

 

Los domingos solían ser verano, aun en el más frío invierno. El sol calentaba ese gran salón, como si fuera un invernadero. Ahora parece frío, tan solo iluminado tenuemente por rayos de luz que se cuelan por las persianas, bajadas pero dilatadas por el paso del tiempo, ese gran maestro que no es sino el espacio entre nuestros recuerdos. Volver a ellos, es la única manera de detenerlo.

 

En un ambiente despojado de su nitidez reverberan los sonidos del tocadiscos con ritmos de jazz de los años 50 y una dulce bossa nova de los 60, en especial de Stan Getz y Astrud Gilberto. Siento una nostalgia difuminada, tal vez porque fue mi casa a ratos. Un hogar interrumpido cuando mis padres viajaban. Continuas mudanzas pasajeras a casa de mis abuelos. Sin embargo, el retorno a ese lugar siempre era agradable. 

 

Fueron temporadas salpicadas durante muchos años. Tardes después del colegio y momentos de ensoñación durante mi infancia y adolescencia. Un periodo lleno de vivencias marcadas por cambios históricos y progresos de un país que estrenaba la democracia. Habitaciones, pasillos y rincones testigos de otro tiempo pasado. Anhelos detenidos en la memoria, retratados con la belleza de su vago recuerdo, como la sombra de una sonrisa. 

 

Volver otra vez significa vivir brevemente lo lejano. Es una suerte poder presenciarse allí, aunque también supone sufrir el triste desencanto de confrontar algo ya perdido, abandonado, olvidado. Ante la continuidad de la vida y el apremiante paso del tiempo, percibo también, que somos dueños del olvido.        

 

Miguel Soler-Roig

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